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La historia detrás de la historia

  • Foto del escritor: D.S. Coellar
    D.S. Coellar
  • 5 may
  • 3 Min. de lectura

No escribí esta historia por una gran tragedia. He tenido una buena vida: nada dramático, nada roto. Pero a veces las cosas más significativas surgen en la tranquilidad.


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Era alrededor de 1998. Era estudiante de intercambio y aprendía inglés lejos de mi ciudad natal, Cuenca, Ecuador. En aquel entonces, mi vida era sencilla: fines de semana con amigos, fiestas, el ritmo habitual de la adolescencia. Pero de repente, todo se calmó. Me encontré en un lugar nuevo, rodeada de gente nueva, y por primera vez, sentí algo desconocido: soledad.


No fue extremo. Me cuidaron bien. Pero salir de mi zona de confort y adentrarme en una nueva cultura, sobre todo siendo tímida por naturaleza, lo complicó más de lo esperado. Mis fines de semana se volvieron tranquilos. Demasiado tranquilos. Y cuando todo se vuelve tranquilo, la mente empieza a divagar.


Siempre me han encantado las historias, sobre todo las que contaban en la tele cuando era niño. Así que, en esos momentos de calma, empecé a imaginar algo. Un niño. Alguien más solo que yo. Un huérfano. No de esos que viven rodeados de otros en una casa enorme, sino una figura verdaderamente aislada. ¿Cómo sería? ¿Qué clase de vida llevaría? ¿Qué clase de mundo permitiría que eso sucediera?


Ahí empezó todo: una idea sencilla, arraigada en un sentimiento de tranquilidad. Con los años, la historia siguió creciendo. Se nutrió de momentos de la vida, experiencias de mi entorno, historias de películas, libros, cosas que no podía olvidar. El huérfano se hizo realidad. El mundo que lo rodeaba —Ascalon— empezó a tomar forma, aunque, sinceramente, no recuerdo de dónde surgió la inspiración para ese lugar. Ha estado en mi cabeza durante tanto tiempo, es como si siempre hubiera estado ahí.


La decisión de finalmente escribirlo todo llegó mucho después. Pasé años trabajando, forjando una carrera, una de la que a veces me sentía orgullosa, pero que también me hacía sentir distante. Aburrida. Sin inspiración. Había cierto vacío en la rutina: el viaje al trabajo, las reuniones, la repetición interminable sin sentido. Echaba de menos esa sensación de asombro. La chispa de algo nuevo.


Así que volví a la historia.


Al principio, escribí solo unas pocas piezas. Bosquejos. Escenas. Pero algo encajó. Esto era lo que buscaba sin saberlo. Un reto creativo. Una razón para volver a sentir curiosidad. Y una vez que empecé, todo fluyó.


¿Por qué esta historia? ¿Por qué este chico, este mundo, esta ciudad brutal?


Porque bajo los giros argumentales y la acción, hay algo honesto. Algo humano. Es exagerado, sí, pero se basa en una verdad en la que creo profundamente: nos movemos por la vida como islas. No siempre por malicia, sino porque estamos demasiado ocupados intentando progresar. Competimos. Nos comparamos. Rara vez nos detenemos a vernos.


Hay un dicho: «Nadie quiere verte mal, pero nadie quiere verte mejor que ellos». Y es dolorosamente cierto, ahora más que nunca. Ese es el núcleo emocional de este libro. No es una lucha entre el bien y el mal. Solo personas intentando sobrevivir. Solo personas intentando importar.


La Ciudad Sin Santos es una historia sobre el poder, la identidad y los demonios que llevamos dentro. Pero también trata sobre ese niño huérfano que imaginé hace tantos años, y la soledad que lo inició todo.


Y ahora, esa historia finalmente está lista para ser contada.

 
 
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